vecindad

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jueves, 6 de agosto de 2015

Aventuras y desventuras a orillas del mar


Era una mañana tranquila, como cualquier otra, el sol asomaba tímidamente aunque sin representar en apariencia problema alguno para los planes que tenía de ir a la playa con mis amigos pues nos encontrábamos en pleno verano y recién iniciaba el día. Como suele suceder en estos casos todo parecía listo, aunque siempre dejando en mí aquella sensación de que algo me olvidaba, mas en vista de la hora y la premura del tiempo cogí rápidamente mi mochila y salí corriendo.



Al llegar a la playa la vista era genial, las olas se mecían tranquilas mientras las gaviotas surcaban los aires sobre el interminable y extenso mar. La brisa, sin embargo, era tan fría y tan extrañamente avasalladora que hacía pensar que lo que mis amigos y yo olvidamos llevar era un buen surtido de frazadas. Felizmente, unos momentos después la situación cambió ya que el sol comenzó a mostrarse plenamente, como debía de ser, haciéndome notar lo primero que había olvidado: protector solar. Afortunadamente uno de mis amigos parecía tener ello de sobra, lo que se hizo evidente cuando por la cantidad de bloqueador que llevaba en la cara resultaba fácil confundirlo con El Guasón. 


El problema fue que al echar un vistazo pude darme cuenta de que su bloqueador tenía dos años de haber vencido por lo que, entre correr el riesgo de que me saliera un ojo o un brazo extra y quemarme por no usarlo, preferí quemarme.

Rato después el sonido de las tripas me hizo ver que había olvidado algo más: el almuerzo. Sin embargo, no fui el único en olvidarlo así que fue buen momento para probar físico y corretear junto a mis amigos al vendedor de panes con pollo ya que, momentos antes, habíamos visto que se le estaba por acabar la mercancía. El problema estaba en que el condenado vendedor parecía andar jugando a las escondidas con nosotros pues no lo encontrábamos por ningún lado. Felizmente logramos alcanzarlo justo cuando estaba a punto de acabarse el surtido de panes que llevaba. Lo curioso fue que cinco minutos después apareció de nuevo de la nada y con su canasta completamente llena, aunque eso es otra historia.




Algo infaltable en un día de playa, y que felizmente no olvidamos, es cuando llega la hora de enterrar a uno y otro en la arena. Esto siempre es divertido, sobre todo cuando olvidas quitar la toalla con la que cubriste, a modo de broma, la indefensa cabeza de una de las enterradas víctimas, cosa que por alguna extraña razón no le divirtió.

"Lo encontré muchachos, lo enterramos aquí"

Tratando de hacer tiempo antes de entrar al mar pude ver qué era lo siguiente que había olvidado: la baraja de naipes. Bueno, a decir verdad, no es que la hubiera olvidado ya que pensé que alguien más llevaría una, lo malo fue que todititos los demás pensaron lo mismo. Afortunadamente no habíamos olvidado llevar pelota, por lo que alguien sugirió que entremos al mar para jugar “quita pelota”.

El equipo de hombres se enfrentaba al equipo de mujeres y tras algún tiempo de haber iniciado el juego para poner las cosas más interesantes se me ocurrió la “brillante idea” de lanzar la pelota donde estaba el grupo más tupido de mis amigos.


El problema fue que junto a ellos también había un tupido grupo de otras personas, de manera que entre lo liviano de la pelota, mi mala puntería y el desatinado viento (el cual sospecho que tenía algo en mi contra) hicieron que la pelota fuera surcando y surcando los cielos hasta aterrizar precisamente en la cabeza de una señora, la cual con justa razón volteó inmediatamente a reclamar muy indignada.

               

Aquello, sin embargo, debe haberlo tenido un tanto difícil, pues cuando todos mis “amigos” (resaltando las comillas) voltearon y apuntaron en forma acusadora hacia mi lugar, se dieron con la súbita sorpresa de que yo ya no estaba allí. Y es que por alguna misteriosa razón justo en ese momento me entraron unas tremendas ganas de bucear al ras del suelo saliendo, muy curiosamente, por el otro extremo de la playa. Enormes coincidencias de la vida, supongo, o a lo mejor un innato sentido de supervivencia.



Al final, si acaso creía haber salido bien librado me equivoqué, pues entre los innumerables arañones de mis amigas (producto del juego) y la tremenda insolación (por no haber usado bloqueador) terminé con muchos recuerdos tangibles que no me dejarían olvidar ese día, al menos por un tiempo.


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